Psicoterapia cognitiva


Una introducción a los conceptos básicos de la Piscoterapia cognitiva escrita por Elia Roca Villanueva, Psicóloga Clínica del Servicio Valenciano de Salud.

La psicología cognitiva considera que el procesamiento de la información (es decir, la forma en que percibimos, procedamos, almacenamos y recordamos la realidad) es el principal determinante de nuestras emociones y conductas. Compara la mente humana con los ordenadores, aunque reconoce que es mucho más complejo y flexible que ellos.

Así, ante una misma situación, cada persona puede reaccionar de diferente forma, ya que la misma realidad puede ser interpretada de manera diferente. Por ejemplo, si alguien llega a un lugar donde se encuentran varios desconocidos y éstos la miran sonriendo, la persona puede interpretarlo como que les gusta, que la encuentran ridícula, etc. Según lo que piense acerca de ese hecho, se sentirá y se comportará en forma diferente.

Si esa persona tiende a sentirse inferior y acomplejada, es fácil que interprete que los otros la están rechazando. Su forma de interpretar la situación determinará asimismo cómo se siente y cómo se comporta. A su vez, su comportamiento influirá en el comportamiento de los demás.

La forma en que percibimos la realidad está también determinada por nuestra forma anterior de ver las cosas, es decir, por nuestras creencias, esquemas y actitudes.

Las actitudes son creencias cargadas de emociones que nos predisponen a actuar en forma congruente con ellas. Nuestras actitudes o creencias determinan, en buena parte, nuestra forma de percibir el mundo, así como nuestras emociones y nuestras conductas.

Nuestras creencias no son permanentes. Muchas de ellas se activan o desactivan según las circunstancias que nos rodean o según lo que pensemos, como ocurre con un programa de ordenador que puede ser activado o permanecer guardado en la memoria.

Percibimos preferentemente las cosas que coinciden con nuestras ideas preconcebidas. Por ejemplo, si un día estás muy enfadado con alguien es fácil que lo veas como un indeseable, tenderás a interpretar negativamente cualquier comportamiento suyo y recordarás más fácilmente cualquier agravio que te hizo en pasado.

Por eso la psicología cognitiva parte de la base de que cuando tenemos una alteración emocional, lo que más nos altera no son las cosas en sí, sino nuestra forma de verlas.

Algunas creencias o actitudes son muy estables y tendemos a tenerlas activadas todo el tiempo. Estas creencias-actitudes suelen adquirirse en la infancia, aunque siguen formándose y modificándose a lo largo de nuestra vida y podemos aprender a librarnos de las que nos perjudican y cambiarlas por otras más convenientes.

Las creencias, muchas veces, están distorsionadas y nos llevan a ver las cosas en formas muy diferentes a como son en realidad. Por ejemplo, no siempre nos vemos a nosotros mismos o a las demás personas del mismo modo «del amor al odio solo hay un paso» y la diferencia entre el amor y el odio se debe, sobre todo, a nuestra forma de ver a la persona amada u odiada.

Algunas creencias son sanas y deseables ya que nos ayudan a vivir felices y en la forma que más nos conviene. Otras creencias son contraproducentes ya que nos llevan a emociones y conductas que nos hacen daño. Las creencias más importantes son las referidas a uno mismo (relacionadas con la autoestima), a continuación las que se refieren a otras personas y a las relaciones interpersonales (relacionadas con las habilidades sociales).

Las creencias referidas a uno mismo son las más importantes ya que si, como hemos dicho, éstas determinan nuestras emociones y conductas, determinarán el que nos tengamos aprecio o que nos odiemos. También determinarán el que nos comportemos en forma que nos ayude a ser felices y a desarrollar nuestras mejores potencialidades, o por el contrario a que nos comportemos en forma que nos autolimitemos o que boicoteemos nuestra vida haciéndonos daño (nadie puede hacerte tanto bien o tanto mal como tú mismo). Las actitudes positivas hacia ti mismo son los que llamamos autoestima.

Las creencias referidas a las demás personas son también muy importantes ya que somos seres sociales y necesitamos convivir con los demás, por lo cual la calidad de nuestras vidas dependerá, en buena parte, de la calidad de nuestras relaciones interpersonales. Aquí un error bastante común es el de esperar que sean los otros los que nos den lo que necesitamos. Pero lo más razonable y conveniente es pensar que somos nosotros los que tenemos el papel principal para conseguir unas relaciones interpersonales de calidad. Esto nos lleva a trabajar para mejorar nuestras Habilidades Sociales.

Tanto en la forma de vernos a nosotros mismos como en la forma de ver a los demás (y a nuestras relaciones con ellos), existe una serie de creencias que nos ayudan a que todo vaya bien. Son las que fomentan la autoestima y las Habilidades Sociales. También existen otra serie de creencias que nos hacen daño porque impiden lo uno y lo otro.

Entre las creencias-actitudes que nos hacen daño, las más habituales son las exigencias y su extremo opuesto: la negación o minimización de nuestros legítimos deseos y preferencias.

Llamamos exigencias a una serie de actitudes hacia nosotros mismos, hacia los demás o hacia la vida, que hacen que cuando no se cumple lo que exigimos, reaccionemos pensado y sintiendo que es terrible, que no podemos soportarlo y que nosotros o las personas de que se trate somos (o son) unos cretinos, indeseables, etc. Esto último va acompañado de odio hacia nosotros mismos o hacia las otras personas.

La actitud deseable, alternativa a las dos anteriores, es la preferencia que se define como una actitud por la cual aceptamos nuestras limitaciones (o las de los demás), es decir, nos resignamos ante lo que no tiene solución y centramos todos nuestro esfuerzos en luchar por lo posible. Con esta actitud de preferencia, la vida se convierte en un juego en el que siempre ganamos ya que trabajamos por realizar nuestros deseos y preferencias, pero cuando esto no es posible lo aceptamos de buen grado, quedando así libres para centrarnos en la realización de nuestras posibilidades y en disfrutar de ellas.

Con esa actitud experimentamos un mínimo de frustración y/o desahogo y un máximo de agrado y bienestar.

Por lo que se refiere a uno mismo, la actitud de preferencia consiste en: aceptar nuestras limitaciones y centrar nuestras energías en desarrollar nuestras posibilidades o potencialidades. Se trata de una autoaceptación incondicional, independiente de nuestros logros o de que las demás personas nos acepten o no; aunque como es lógico preferimos que otras personas nos acepten y aprecien y también preferimos conseguir logros de diverso tipo. La diferencia con la actitud de exigencia es que no perdemos el tiempo en lamentarnos o en alterarnos por nuestras limitaciones. Las aceptamos y nos centramos en disfrutar de (y en desarrollar) nuestras posibilidades. Esto nos lleva a una actitud de autoestima en la que nos aceptamos incondicionalmente y además nos cuidamos, protegemos, disfrutamos de nuestros aspectos positivos y nos facilitamos el desarrollo de nuestras posibilidades.

Por lo que se refiere a las demás personas y a nuestra relación con ellas, también dejamos de exigir que sean diferentes a como realmente son. Las aceptamos como son, aceptamos que tienen derecho a tener limitaciones de todo tipo, aunque podemos preferir que fuesen de otra forma, y reconocemos nuestro derecho (o el de la sociedad) a protegerse de ellos para que no nos hagan daño. Pero si aceptamos que cada persona siente y actúa según su visión de si mismo y del mundo, dejamos de sentirnos profundamente indignados cuando los demás actúan de forma que no nos gustan. Procuraremos que se comporten en la forma que deseamos a través de nuestras habilidades sociales y reconoceremos, en todo caso, su derecho a actuar según su visión de la realidad. También a ellos los aceptaremos como son, nos resignaremos a lo que no tiene solución o no depende de nosotros y nos centraremos en disfrutar o conseguir lo posible (independientemente de que nos apartemos de ellos para evitar que nos adñen, si fuese necesario).

Así mismo, cuando tengamos un fallo en nuestras relaciones interpersonales, no nos sentiremos demasiado alterados ni nos condenaremos por él, sino que lo veremos como algo normal y procuraremos aprender de nuestros errores.

A la hora de cambiar actitudes, la psicología cognitiva considera que la herramienta más útil es el descubrir las actitudes-creencias que nos hacen daño y cambiarlas por otras más convenientes. Una de las formas más eficaces de conseguirlo es hacernos conscientes de cuáles son nuestras creencias o actitudes irracionales (hablando de ello, con lecturas, haciendo autorregistros en los que las vamos anotando,…) y, una vez identificadas, actuar según las creencias-actitudes y deseables en contra de las contraproducentes.

Fuente: Medicina Información

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